
Después de todo, ¿cómo es posible que el Dios que tanto amó al mundo que envió a su Hijo unigénito para salvar a los pecadores pueda también ser un Dios que tortura a la gente (aún al peor de los pecadores) para siempre, por el tiempo sin fin? ¿Cómo puede Dios ser un Dios de amor y justicia y sin embargo atormentar a los pecadores para siempre en un infierno ardiente?.
Esta paradoja inaceptable ha inducido a eruditos bíblicos de todas las denominaciones a reexaminar las enseñanzas bíblicas referentes al infierno y el castigo final.
He aquí la cuestión fundamental:¿El fuego del infierno atormenta a los perdidos eternamente o los consume en forma permanente? Las respuestas a esta pregunta varían. Dos interpretaciones recientes destinadas a hacer más humano el infierno merecen una breve mención.
La interpretación metafórica sostiene que el infierno es un tormento eterno, pero que el sufrimiento es más mental que físico. El fuego no es literal sino figurado, y el dolor es causado más por un sentido de separación de Dios que por tormentos físicos.
Billy Graham expresa este punto de vista metafórico cuando dice:
La interpretación de Graham es ingeniosa, por no decir otra cosa. Desafortunadamente, ignora el hecho de que la descripción bíblica del “ardor” no se refiere a un ardor dentro del corazón, sino a un lugar donde los malvados son consumidos.
William Crockett también arguye en favor de la interpretación metafórica: “El infierno, entonces, no debiera ser descrito como un infierno vomitando fuego como el horno ardiente de Nabucodonosor. Lo más que podemos decir es que los rebeldes serán expulsados de la presencia de Dios, sin ninguna esperanza de restauración. Como Adán y Eva serán echados, pero esta vez a la ‘noche eterna’, donde el gozo y la esperanza se han perdido para siempre”.
El problema con esta imagen del infierno es que meramente desea reemplazar el tormento físico con la angustia mental. Algunos pueden cuestionar si la angustia mental eterna es realmente más humana que el tormento físico. Aún si eso fuera cierto, la reducción del cociente de dolor en un infierno no literal no cambia sustancialmente la naturaleza del infierno, puesto que éste todavía continúa siendo un lugar de tormento sin fin.
La solución ha de encontrarse no en una humanización o saneamiento del concepto tradicional del infierno, de suerte que finalmente pueda ser un lugar más tolerable donde los malvados pasen la eternidad, sino en una comprensión de la verdadera naturaleza del castigo final, el cual, como veremos, es una aniquilación permanente y no un tormento eterno.
Si bien tanto el punto de vista metafórico como el universalista representan esfuerzos bien intencionados para atenuar el concepto del sufrimiento eterno, fallan en hacer justicia a la información bíblica y de ese modo, en última instancia, tergiversan la doctrina bíblica del castigo final de los perdidos. La solución sensible a los problemas de la perspectiva tradicional debe encontrarse, no reduciendo o eliminando la cuota de dolor de un infierno literal, sino aceptando el infierno por lo que es: el castigo final y la aniquilación permanente de los malvados. Como dice la Biblia: “El malo no existirá más” (Salmo 37:10)* porque “su fin será la perdición” (Filipenses 3:19).
La creencia en la aniquilación final de los perdidos se basa en cuatro consideraciones bíblicas principales: la muerte como castigo del pecado; el vocabulario bíblico sobre la destrucción de los malvados; las implicaciones morales del tormento eterno; y las implicaciones cosmológicas del tormento eterno.
La aniquilación final de los pecadores impenitentes se indica, primero de todo, por el principio bíblico fundamental de que el castigo final del pecado es la muerte. “El que peque, ése morirá” (Ezequiel 18:4, 20). “Porque la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23). El castigo del pecado, por supuesto, abarca no sólo la primera muerte, que todos experimentan como un resultado del pecado de Adán, sino también lo que la Biblia llama la segunda muerte (Apocalipsis 20:14; 21:8), que es la muerte final, irreversible, experimentada por los pecadores impenitentes. Esto significa que la paga final del pecado no es el tormento eterno, sino la muerte permanente.
Continúa leyendo Infierno. Tormento o aniquilación - Parte 2
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