
Como cristianos sostenemos que Cristo es nuestro líder y que nosotros somos sus discípulos. ¿Pero sabemos lo que quiere decir eso realmente?
Para comprender mejor lo que significa ser un discípulo de Cristo, comencemos con una definición y luego propongamos cuatro preguntas fundamentales. Una definición simple del diccionario dice que discípulo es alumno o seguidor, un adherente convencido de una escuela o individuo.
Las preguntas que plantearemos son el quién, el por qué, el dónde y cuándo del discipulado. Ellas definen las capacidades, motivación, blanco y demostración de ser un discípulo.
El quién: los requisitos de un discípulo
En primer lugar, un discípulo de Jesús es un aprendiz y seguidor suyo. Cuando llamó a sus primeros discípulos les dijo “Vengan, síganme…, y los haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19).*
Algunos definen el discipulado en términos de ciertas capacidades o características de comportamiento, como ser: asistencia a la iglesia, ofrendar y pagar el diezmo fielmente, decidirse por un estilo de vida saludable, ser respetado en la comunidad, evangelizar con persuasión o trabajar en una organización o institución cristiana.
Estos atributos pueden estar presentes en la vida de un discípulo pero no necesariamente lo convierten en discípulo. La verdadera llave para definir a un discípulo está en la relación. Un verdadero discípulo de Jesús es el que aprende activamente a través de observaciones e interacciones de primera fuente.
Un discípulo suyo es alguien que lo sigue y está siendo moldeado por él para hacer el tipo de trabajo que él mismo realiza.
Es fácil encontrarse haciendo cosas que creemos que deberían ser hechas por un discípulo sin estar realmente siguiéndolo a él. Durante los tiempos de Jesús, la relación maestro/estudiante implicaba que el discípulo seguía muy de cerca al rabino, haciendo las cosas como él, hablando como él, imitándolo tan bien que algunos incluso podían confundirlo con el maestro.
En un primer momento esto puede sonar como una gran meta para aquellos que quieren ser conocidos como discípulos de Jesús. Sin embargo, es posible actuar como discípulos de Cristo sin seguirlo verdaderamente.
El porqué: la motivación de un discípulo
¿Qué motiva a los discípulos a seguir a un maestro en particular? ¿Que los inspira? ¿Cuál es la fuerza que los impulsa? En la comunidad judía del tiempo de Jesús, los discípulos de los rabinos más conocidos tenían la esperanza que el asociarse al maestro correcto resultaría en prestigio y buena imagen dentro de su comunidad. A través de su santidad personal tenían la esperanza de ganar influencia y prestigio propio, ya que un día se convertirían en rabinos y tendrían estudiantes aspirando a ser como ellos.
No es el caso del discipulado cristiano. Un discípulo de Cristo debería tener una motivación de otro tipo, sin vinculación con ganancias o logros personales.
El apóstol Pablo conocía de primera fuente lo que es ser discípulo de Cristo cuando escribió a los corintos que la motivación para el discipulado no está en uno mismo sino en Cristo: “El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado”. (2 Corintios 5:14, 15).
Cuando nos allegamos a Jesús aceptamos que murió por nosotros y nos sentimos motivados a vivir una vida nueva, a salvo del pecado. Esta nueva vida no está arraigada en nosotros sino en él y por él. Por lo tanto, el discípulo de Cristo es alguien impulsado por el amor de Dios para seguirlo y ser como él.
El discipulado va mucho más allá de la obediencia y de la santificación personal. Estas cosas son resultado natural de la íntima relación estudiante/maestro con Cristo pero no son la meta final del proceso del discipulado. Si mi atención está centrada únicamente en lo que me está sucediendo a mí, entonces estoy viviendo para mí mismo.
Pregúntale a alguien sobre su relación con Dios y quizá recibas la respuesta: “Bueno, leo mi Biblia y oro, asisto regularmente a la iglesia, escucho música religiosa, me esfuerzo por ser una buena persona, evito pecar y trato de ayudar a otros en la medida de mis posibilidades. No soy perfecto, pero creo que estoy encaminado en la dirección correcta”. Pero, ¿el seguir a Cristo tiene que ver simplemente con nuestras costumbres y prácticas, nuestro comportamiento y filosofía, nuestra propia experiencia y entendimiento? ¿Podría haber algo más?
Si vamos a seguir a Cristo y vamos a vivir para él, quisiera plantear dos supuestos filosóficos:
Pablo dice: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!”(2 Corintios 5:17). El discipulado es exactamente eso. La vieja criatura no existe más. La nueva ha tomado el control. Vida nueva, metas nuevas, propósitos nuevos.
El discipulado cristiano es un llamado a pertenecer a Cristo en el más amplio sentido de la palabra. Nos unimos a él en un nuevo emprendimiento. Como discípulos suyos su destino es nuestro destino, su motivación es nuestra motivación.
El dónde: el destino de un discípulo
La meta de la vida de Cristo, su misión, es la reconciliación del mundo con Dios (2 Corintios 5:18, 19). Él conduce a la humanidad hacia una relación restaurada con Dios. Como discípulos suyos, nuestro objetivo debe ser el mismo. Pablo dice que Cristo nos ha dado “el ministerio de la reconciliación” (vers. 18).
El significado es claro. Así como Cristo se entregó a sí mismo aún a la muerte en una cruz a fin de reconciliar el mundo con Dios, así también tendría que ser nuestra misión. Como discípulos deberíamos entregarnos completamente al ministerio de reconciliar; somos sus custodios, sus fideicomisarios y es nuestro deber llevar nuevamente hacia él a personas por las cuales entregó su vida. Esto es lo que Jesús quiso decir en Mateo 28:18-20: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones”.
Este es nuestro objetivo, nuestra meta y propósito como discípulos: conducir a otros a una relación restaurada con Dios conociendo que Cristo ya ha logrado la reconciliación para ellos.
El cómo: la manifestación de un discípulo
De acuerdo a 2 Corintios 5:18, como discípulo de Jesús yo lo represento ante el mundo y llevo el mensaje de su reconciliación. Realizo un llamado en su favor. Mi manifestación es su manifestación. Entonces ¿qué comunica mi llamado acerca de él? Si soy un discípulo de Cristo, ¿como debo realizar la tarea de ser un embajador de la reconciliación en su nombre? A la luz de lo mucho que Dios estuvo dispuesto a sacrificar, ¿qué significa esto para ti y para mí como agentes de reconciliación?
Es posible que estemos tan absortos en nuestro propio proceso de discipulado que hayamos olvidado nuestro objetivo, nuestro cometido, de llevar el mensaje de reconciliación de Dios a otros. Hemos sido reconciliados con Dios a través de Cristo; por lo tanto, como sus seguidores, imploramos a otros en su nombre, que se reconcilien con él.
El liderazgo de Cristo es una búsqueda. Seguirlo significa seguirlo en su búsqueda. Debemos llamar la atención del mundo en favor de Cristo.
Esto significa que cualquiera de nosotros que considera seriamente el discipulado tendría que realizar un inventario de su situación como “seguidor de Cristo”. Para evaluarte responde las siguientes preguntas:
1. Condiciones:
2. Motivación:
3. Destino:
4. Demostración:
Recuerda: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: “En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios” (2 Corintios 5:17-20).
Autor: Leah Jordache
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