
“Y además de otras cosas, lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias” 2 Corintios 11:28
En más de una ocasión buscamos el aplauso humano más que el aplauso del cielo. Necesitamos que la gente valore lo que hacemos por la iglesia. Que nos reconozcan y no nos critiquen. Como veremos en este artículo, eso nunca ha sido fácil, ni siquiera para nuestros primeros creyentes.
El texto mencionado, es parte de un pasaje cuyo contexto inmediato comienza en el capítulo 10 de 2 Corintios, donde Pablo presenta la defensa de su autoridad apostólica. Los hermanos de Corinto apreciaban mucho a los nuevos y falsos líderes a expensas del padre de la fe (Pablo), considerado intrépido por carta, pero débil personalmente (versículos 1 y 2).
Pablo entonces, después de enfatizar la naturaleza de su misión (versículos 3 al 5) y el origen celestial de su llamado, otorgado para edificación de la iglesia (versículo 8) afirma, en el capítulo 11, no ser en nada inferior a esos maestros emergentes carismáticos y elocuentes (versículo 5) y que los tales son obreros fraudulentos e instrumentos de Satanás disfrazados como apóstoles de Cristo (versículo 13 al 15).
Posteriormente, presenta su increíble currículo ministerial (versículos 22 al 27) compuesto por privaciones, accidentes, injurias, traiciones, hambre, prisiones injustas, trabajo extremo, malestar etc., soportados por el amor abnegado de Dios y por los logros alcanzados por el mensaje de la cruz.
Como una de las mayores necesidades afectivas del hombre, es el reconocimiento, cuando eso falla, generalmente nos sentimos afectados por frustraciones. En el trato con los colegas de trabajo, amigos o familia, el hombre constantemente se enfrenta con situaciones de ingratitud.
Pero teniendo a Cristo como base de su fuerza, no debe condicionar su trabajo diligente a la recompensa o aplauso humano. Según el texto arriba citado, a pesar de todos los contratiempos externos, Pablo renovaba diariamente su preocupación y cuidado incondicional con el rebaño del Señor, a pesar de que le era insolente, ingrato y reacio.
El alma misionera que fue liberada de la prisión de decepción y resentimiento presenta continuamente en el altar del Señor la ofrenda de gratitud por tener el privilegio más grande jamás concedido a los mortales, la genuina predicación del evangelio. Así, lo que mide e impulsa su acción es el sagrado motivo de glorificar a Dios y tributarle gloria, aún cuando eso no genere popularidad entre los hombres, pues “Cualquier cosa que se haga por puro amor, por pequeña o despreciable que sea a la vista de los hombres, es completamente fructífera; porque Dios considera más con cuánto amor se trabajó que la cantidad lograda” (Testimonios Selectos 1, p. 208).
Oremos cada día para que el Espíritu Santo inspeccione nuestro corazón y aplique la influencia convincente que agudiza nuestro oído espiritual para oír siempre el aplauso del cielo, fuente de motivación extremadamente superior al aplauso terrenal.
Autor: Josimar Rios Oliveira, pastor
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