
Autor: Dr. Jesse Dourado
Para poder orientarnos en el significado de la historia y de los días que nos toca vivir debemos recurrir a las profecías bíblicas, pues ellas señalaron con certeza los acontecimientos que quiso anticipar el Eterno.
Su cumplimiento se puede seguir en las páginas ya seculares de la historia.
También es necesario que estemos prevenidos contra los falsos profetas. Ya lo señaló Cristo: "Se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas... que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos".
La Sagrada Escritura nos ordena probar si los tales espíritus son de Dios o no. El medio de ponerlos a prueba también está mencionado en la misma Escritura, cuando dice que el cumplimiento de una profecía es la comprobación de que el profeta es verdadero y enviado de Dios. Solamente quienes hayan recibido una revelación divina pueden anunciar predicciones verdaderas "porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo".
Los hechos que la historia nos proporciona con el cumplimiento de las profecías bíblicas pronunciadas hace casi tres mil años, nos capacitan para no dudar de que tendrán su cumplimiento en el futuro.
Exacto cumplimiento
En el libro del profeta Daniel (de un modo especial en sus capítulos 2 y 7) Dios adelantó el transcurrir de la historia cuando señaló la sucesión de las grandes monarquías que hoy son históricas. Babilonia (siglos VII y VI AC), Medo-Persia (siglos VI a IV AC), Grecia (siglos IV a II AC) y Roma (siglo II AC a V DC).
Son muchísimos los autores que han comentado el exacto cumplimiento de estas profecías. Lo han hecho en obras escritas en todos los principales idiomas del mundo.
Resulta asombroso comprobar que el Altísimo previó que Roma sería disgregada (Daniel 2: 41-43; 7: 24). Los fragmentos del Imperio Romano (que actualmente son Italia, Francia, España, Portugal, Suiza, Inglaterra-Gales, etc.) según la profecía deberían permanecer sin poder unirse de nuevo. Habría decididos intentos para lograr esa unión, pero "no se unirán el uno con el otro" era la declaración profética (Daniel 2: 43).
Entre las metrópolis de la antigüedad se hallaban Nínive, capital del Imperio Asirio, y Tiro, la ciudad que comerciaba extensamente con el mundo mediterráneo de sus días (siglos X a VIII AC). Dios predijo su caída y destrucción. Otras ciudades contemporáneas de ellas existen hasta hoy (Roma y Atenas por ejemplo). No es pues el natural correr de los siglos lo que había de traer su ruina.
Meditemos en lo que fue dicho al respecto de Nínive: "Heme aquí contra ti, dice Jehová de los ejércitos, y descubriré tus faldas en tu rostro, y mostraré a las naciones tu desnudez, y a los reinos tu vergüenza. Y echaré sobre ti inmundicias, y te afrentaré, y te pondré como estiércol. Todos los que te vieren se apartarán de ti, y dirán: Nínive es asolada; ¿quién se compadecerá de ella? ¿Dónde te buscaré consoladores?"
Parecía increíble el cumplimiento de tal predicción. Aquellos que la oyeran habrían tenido por loco al profeta debido a las buenas condiciones de defensa que poseía la ciudad: soldados notablemente adiestrados, murallas altas, el aparato bélico más moderno, nada que inspirara la menor posibilidad de invasión.
¿Qué se dice, sin embargo, de Nínive en nuestros días? Para ver allí vestigios de una ciudad es preciso cavar profundamente la tierra, porque hasta sus ruinas desaparecieron de la superficie.
El castigo divino nunca viene sin ser precedido por una exhortación y una advertencia. Nínive fue llamada al arrepentimiento y al abandono de sus abominaciones. Al principio parecía tener acogida el llamamiento de Dios, lo que mantuvo el juicio de Dios en suspenso por algún tiempo, pero después la ciudad volvió nuevamente y en mayores proporciones a su antigua condición de maldad. Por eso fue aniquilada.
Otro ejemplo del cumplimiento de la palabra profética está en la historia de la ciudad de Tiro, metrópoli que se destacaba por su comercio y prosperidad. Con la destrucción de Jerusalén por los babilonios, y habiendo sido llevados cautivos la mayor parte de sus habitantes, Jerusalén dejó de ser puerta de los pueblos, como era llamada, pues estaba geográficamente en un punto de encrucijada o confluencia de pueblos, y Tiro aumentó grandemente su variado comercio. Sus navíos mercantes emprendían grandes viajes. Hasta el continente europeo era visitado por ellos. La misma potencia, Babilonia, que proporcionó a Tiro la ocasión de aumentar su comercio destruyendo a Jerusalén, también la invade, quebrantando toda su arrogancia de nación dominadora de los mares. No mucho después Alejandro Magno, en el año 322 AC redujo a polvo la ciudad, haciéndola desaparecer del mapa como "mercado del mundo mediterráneo".
Cumplióse, por lo tanto, la palabra profética transmitida por el profeta Ezequiel en los capítulos 26, 27 y 28 de su libro, donde anticipaba el aniquilamiento de aquel poderío oriental.
Las profecías bíblicas, veraces y exactas, pueden ser también comparadas con un reloj que nos marca los minutos, las horas, los días y los años del transcurso de la vida de este mundo. Por esas profecías podemos saber que nos hallamos en una etapa decisiva, cercana a la culminación final de la historia. Podemos estar ciertos en cuanto a su feliz terminación pues el acto postrero está en manos del Autor de todas las cosas.
Este "reloj" profético está en poder del gran Relojero celestial. Muchísimo antes de que sucedieran las cosas, él las consignó en las páginas de la Biblia para que pudiéramos saber constantemente, a medida que se desenvolvían los acontecimientos en la tierra, en qué momento de la historia estábamos y qué se podía esperar en lo futuro.
Los asiduos y leales estudiantes de las Sagradas Escrituras nunca estuvieron desprevenidos en cuanto al porvenir de la familia humana. Tampoco lo están hoy cuando vislumbran el desenlace del gran drama de los siglos.
Aunque no son objeto de una revelación especial divina, personal, los que se guían por las Sagradas Páginas pueden decir con certeza: "No me sorprenderá el porvenir del mundo, pues ya fue revelado por el Señor".
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