
Tal vez hayas leído Juan 3:16 docenas de veces y hasta lo hayas memorizado. Pero me gustaría que lo leyera de nuevo y escogiera su palabra favorita. Aquella que sea más significativa para ti:
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.”
Hasta hace poco mi palabra favorita era “amó”. Pero entonces empecé a leer el libro de Max Lucado titulado: “3:16: La Cifra de la Esperanza”, y mis nuevas palabras favoritas llegaron a ser “todo aquel”.
No sé cómo no pude ver el poder de esas dos palabras en el texto.
Jesús escogió estas palabras deliberadamente para diseñar el regalo de amor de Dios incluyendo el sacrificio de Jesús. Él no dijo que los perfectos no perecerán, sino que tendrán la vida eterna. Tampoco dijo que era un regalo para quienes se esforzarían lo suficiente como para obedecer todas sus leyes. Incluso no es ofrecido sólo a los que han sido creyentes toda la vida o que dan grandes cantidades de diezmos y ofrendas.
Esta noche recordé…
No, definitivamente las palabras son “todo aquel”. Todo aquel que crea en Él. Lucado dice que esas solas palabras son “la maravillosa bienvenida” que Él nos hace a nosotros. Esta noche recordé a “todos aquellos” que he conocido a través de mis años de ministerio:
La adolescente asustada que se escapó de su casa para tener un aborto. Ella es un “todo aquel.”
El chico universitario que invitó a una fiesta en su casa a jovencitos menores de edad y bebieron alcohol. Él es un “todo aquel”.
El hombre que hizo promesas a sus empleados que sabía que no podría cumplir y luego los despidió, dejando afligidas financieramente a sus familias. Ajá… él es un “todo aquel”.
El líder de la iglesia que impactó a todo el mundo porque tuvo un affair, un amorío. Los miembros todavía lo comentan, pero él es un “todo aquel”.
La mujer que una vez escogió la prostitución como profesión. Incluso ella es un “todo aquel”.
Y luego hay otros más… tú y yo.
Max Lucado invita hermosamente a todos sus lectores a decir “sí” a la invitación de Dios de no perecer, sino de alistarnos para gozar de vida eterna:
“No hay estatus que sea tan bajo,
ni hora tan demasiado tarde.
Ningún lugar es demasiado lejos.
Como sea. Cuando sea. Donde sea.
Todo aquel lo incluye a usted… para siempre.”
Toda mi vida supe que Dios ama y perdona a todo aquel que se le acerca. Pero ahora que pienso en las palabras “todo aquel”, no puedo sino detenerme, admirada por tal amor.
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