
Hace un tiempo atrás, decidí que iba a plantar un árbol de manzana de una cepa particularmente deliciosa llamada Honeycrisp, manzana oriunda de Hood River, de la región de árboles frutales de Oregón.
Confiando en que tendría éxito, planté la pequeña semilla negra en una tinaja de greda mediana y la coloqué en una esquina de mi jardín. Pasaron los días y fuí a ver qué había sucedido.
Pasaron otros cuantos días más, y otros más, pero no había señal de brote alguno.
Comencé a enojarme con la semilla de manzana, culpando a ese proyecto de árbol por no crecer, llamándolo defectuoso y una pérdida de tiempo para mí.
Poco sabía que era mi falta de cuidado lo que estaba causando que la semilla no germinara. No la aboné de la forma que alguien debe hacerlo para que dé buenos resultados. Yo sólo puse una pequeña cantidad de esfuerzo en el futuro de esa semilla. Me dije a mí mismo: “Es una semilla de manzana, sabe cómo crecer; puede hacerlo sin mi ayuda.”
Tiempo Delicado
Mientras me arremangaba las mangas de mi camisa y me dirigía hacia la tinaja de greda donde yacía escondida aquella semilla, pensé en las espirituales plantadas en los corazones de los nuevos creyentes en Jesús. Muchas veces los nuevos conversos sufren tratando de ajustarse a una forma de vida muy distinta.Hay demasiados obstáculos en su camino. Su fe está recién nacida y pasando por un tiempo delicado. Así como la semilla de manzana, necesita nutrirse para crecer.
Como miembros de la iglesia y de su comunidad, tenemos la obligación ante Dios de ayudar a florecer a los nuevos creyentes. Debemos nutrirlos con agua, alimento y guía espiritual para que puedan abrirse, florecer y llenarse de los frutos del Señor.
Decidí que me gustaría practicar un poco de fe en mí mismo y comenzar a nutrir y a cuidar mi semilla de manzana al mismo tiempo, hasta que un par de semanas más tarde un pequeño brote verde emergió desde el fondo de cara al sol. Conforme pasaba el tiempo, se convirtió en un gran árbol frutal. Sólo hacía falta un poco de amor y un poco de fe, y el árbol floreció.
Eso es todo lo que se necesita para nutrir a un nuevo converso –un poco de amor y mucha fe, y al final usted verá a un ser maduro, fuerte y haciendo suyos los frutos del Espíritu al compartir el amor de Dios con los demás.
"Entonces Jesús dijo: ‘¿A qué se parece el reino de Dios? ¿Cómo puedo ilustrarlo? Es como una pequeña semilla de mostaza que un hombre sembró en un jardín; crece y se convierte en un árbol, y los pájaros hacen nidos en las ramas’” (Lucas 13:18, 19).
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