“Y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6).
La primavera islámica que inició revueltas en Egipto, Libia, Yemen, Siria y Tunisia, trajo a los programas de noticias la complejidad y efervescencia del mundo musulmán. A mediados de 2009, había aproximadamente 1.520 millones de musulmanes. Los hindúes, budistas, religiones regionales en China y sikhs suman otros 1.900 millones.
El auge de las religiones no cristianas es innegable, pero en la época navideña el nombre sagrado que resuena a lo largo del planeta es el nombre de Jesús.
Era un episodio muy bonito, ver a miles de personas ir tras de Jesús y sobre todo ver al Maestro tomarse el tiempo de enseñarles pero sobre todo, ver como se preocupaba por su bienestar físico.
La gente seguía a Jesús porque habían sido testigos de los milagros y sanidades que había estado haciendo; la gente estaba muy emocionada y no quería otra cosa que seguir a Jesús.
Me llama la atención la importancia que le da Jesús al bienestar físico de las personas que lo seguían.
Allá lejos y hace mucho tiempo existían las familias ampliadas, integradas por los parientes que se reunían y festejaban no solo la Navidad sino que tenían cada semana encuentros llenos de algarabía.
Con el paso del tiempo, los matrimonios con sus hijos impusieron la modalidad “nuclear”, tipo “cápsula”, abandonando aquellas hermosas jornadas de la parentela y ocupándose cada cual de su núcleo familiar.
Hoy, ya no hay tiempo para reunirse más que en el Día de Acción de Gracias o en Navidad.
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. (1 Juan 3:2.)
El apóstol Juan es enfático al afirmar que, en el cielo, "le veremos tal como él es". Se refiere a Jesús; y creo que será el momento más emocionante para la raza humana.
Porque, en esta tierra, mientras Jesús no regrese, solo podemos relacionarnos con él por medio de la fe, separando diariamente tiempo para estudiar su Palabra y para orar.
Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. (Sant. 1: 5).
Moisés pasó cuarenta años en los desiertos de Madián, como pastor de ovejas. Aparentemente apartado para siempre de la misión de su vida, recibió la disciplina esencial para su realización (1)
Moisés había aprendido muchas cosas que debía olvidar.
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