“Pero nosotros no somos capaces de hacer algo por nosotros mismos; es Dios quien nos da la capacidad de hacerlo”. 2 Corintios 3:5 (TLA)
Recordar nuestro pasado para muchos puede ser doloroso y quizá difícil, pero para nosotros los cristianos debería ser una razón de gozo pensar de dónde venimos y a donde hoy estamos, lo que éramos antes y lo que ahora por gracia de Dios somos.
Aquellos que no nacimos en un hogar cristiano y no tuvimos enseñanzas bíblicas de pequeños sabemos lo que es vivir sin Dios, sabemos lo que es no tener un sentido de vida, sabemos lo que es sufrir solos sin esperanza.
Me impresiona en sobremanera el amor puro y perfecto de Dios para nuestra vida, y es que no hay duda alguna que nos ama y la muestra de ello es venir al mundo a morir en nuestro lugar.
Pero mientras Dios nos muestra continuamente su amor hacia nosotros, y mientras cada día somos testigos de cómo su misericordia se renueva sobre nuestra vida, de cómo Dios nos da nuevas oportunidades partiendo de ese amor que nos tienes, yo me pregunto: ¿Cómo le estamos demostrando que también nosotros le amamos?
Y es que amar no decir, sino actuar.
¿Por qué será que se nos hace tan fácil ignorar a Dios?
Según el diccionario de la lengua española ignorar tiene como definición: “No saber algo, o no tener noticia de ello”.
Pero también tiene como segunda definición: “No hacer caso de algo o de alguien” y a esta definición en especial me quiero referir.
Sentirse sucio por cometer recurrentemente ese mismo pecado o sentirse incapaz de desprenderte de eso que tanto mal te está haciendo, son unas de las sensaciones con las cuales muchas veces nos enfrentamos.
Y es que a veces pareciera que por más que queramos dejar algo, cambiar algo u olvidarnos de algo, simplemente no podemos, somos incapaces de lograrlo.
Intentar una y otra vez de vencer esa área de tu vida con la que diariamente luchas y no ver resultados te hace sentir derrotado, pero sobre todo incapaz de lograrlo.
En el pasillo de una iglesia conversaban cuatro hombres acerca de cuál versión de la Palabra de Dios es la mejor. Uno dijo: “La Reina Valera, porque posee un lenguaje bello y elocuente”. Otro prefirió la Nueva Versión Internacional.
“Es literal —dijo— y fiel a los textos originales; por eso me da confianza”. El tercero optó por la versión Dios Habla Hoy, por su forma coloquial y su estilo contemporáneo más fácil de entender.
El último, sin vacilación alguna y sin explicación adicional, dijo: “Yo prefiero la traducción de mi jefe”.
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