
La separación de las aguas del Mar Rojo es uno de los milagros más populares del Antiguo Testamento. No solo lo hemos leído en la Biblia sino en libros ilustrados; lo hemos visto en la gran pantalla e, incluso, en artículos científicos. En este sentido, encontramos el ejemplo de las investigaciones del Centro Nacional de Investigación Atmosférica (NCAR) y la Universidad de Colorado en Boulder (CU), que explican el fenómeno descrito en Éxodo 14 de forma meteorológica.
La teoría contempla la presencia de un fuerte viento soplando del Este -yendo a algo más de cien kilómetros por hora- que podría haber empujado el agua hacia los costados; creando así un puente de tierra de dos kilómetros de largo por el que la gente transcurrió durante varias horas.
Esta dinámica de fluidos que defiende la física es una explicación coherente con el relato del Pentateuco. La Biblia no menciona ningún viento, pero eso tampoco nos asegura que no lo hubiese. No sería descabellado pensar que el efecto se ha repetido a lo largo de la historia favorecido por las circunstancias geográficas de la zona. Como es algo insólito, el milagro residiría, en este caso, en que el fuerte viento sopló en el momento justo. Sin embargo, en contraste con la teoría del NCAR, la idea de un puente de tierra que deja a los lados antiguas cuencas llenas del agua del Mar Rojo, Éxodo cita que “para ellos el mar formó una muralla de agua a la derecha y otra a la izquierda” . Sea cual sea la hipótesis -si un tsunami o el aire-, resulta difícil desbancar a la intervención divina. Para empezar, Dios es Creador de lo existente y, por tanto, de la física que inunda la realidad; la ciencia es una disciplina que puede complementarse con la Palabra.
El fenómeno del Mar Rojo volvió a ocurrir tiempo después pero en otro lugar bajo el liderazgo de Josué -sucesor de Moisés en Israel-. Esta historia está contada en los capítulos 3 y 4 de Josué, donde se relata algo similar a lo presenciado por el ex príncipe de Egipto: Ni fue Moisés quien separó las aguas aquella vez, ni fue el actual líder o los sacerdotes quienes lo hicieron esta segunda.
Ellos fueron los valientes que obedecieron a Dios y dieron el primer paso. Confiaron en el Señor, y él es quien produjo el milagro.
Avanzando hacia acontecimientos que se escapan todavía más al razonamiento humano, nos encontramos con que
En efecto, la física o la lógica que conocemos se hacen pequeñas ante descripciones así y, no por ello, ese tipo de relatos se convierte en metáforas. Quizá todo siguió su curso y la Tierra no paró de girar: por la noche pudo el Señor iluminar la escena de tal forma que pareciese de día. No lo sabemos. Lo seguro es que, en un contexto donde solo se podía ganar la batalla con un poder sobrehumano, aparece el gran foco del poder de Dios dando luz al territorio.
Lo descrito anteriormente es algo maravilloso e inexplicable para las ciencias humanas. Lo que pone en manifiesto, todavía más, el gran poder de Dios y su preocupación por las personas. Si el gran Dios puede “parar el sol” , puede librar tu batalla. Josué repite varias veces en su libro que el garante del éxito es Jehová, quien “peleaba por Israel” . El Dios creador pelea por ti. Solo te pide que le obedezcas y des el primer paso sabiendo que te llevará a la victoria: “Solamente esfuérzate y sé valiente” (Josué 1:6,7,9,18) porque “si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros?” (Romanos 8:31).
Autora: Claudia Quiles
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