
Letreros tallados, como éste del templo de Jerusalén, advertían a los gentiles que no debían entrar en las zonas reservadas sólo para israelitas.
En Hechos 21 se menciona un acontecimiento de la vida de Pablo que desató una cadena de reacciones que culminaron con su arresto, su comparecencia ante dos gobernadores romanos, su fatídico viaje a Roma y su confinamiento en esta ciudad. Pablo y varios de sus compañeros se encontraban en el templo de Jerusalén cuando estalló una revuelta que casi le costó la vida a Pablo. Los versículos 27 al 32 captan vívidamente los sucesos: “Pero cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar. Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Éfeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo.
”Así que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas. Y procurando ellos matarle, se le avisó al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada. Éste, tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo”. Pablo apenas logró escapar con vida, y probablemente hubiera muerto de no ser por el comandante militar romano que se hallaba cerca e intervino para salvarlo.
¿Cuál era el motivo de tanta conmoción? Unos judíos querían matar a Pablo porque pensaban que había deshonrado el templo al ingresar con gentiles a una parte del edificio donde sólo a los israelitas se les permitía entrar. Esto era algo que los judíos habían inventado, sobrepasando todos los límites de las instrucciones de Dios. Vemos un claro ejemplo de esta actitud en un letrero de advertencia hallado en el templo, uno de los muchos que en tiempos de Jesús y los apóstoles se colocaban, a intervalos regulares, a lo largo de una barrera de un metro y medio de altura en el recinto del templo. Se han encontrado dos de ellos.
Uno (una parte del letrero) se exhibe en el Museo de Israel en Jerusalén; el otro (todo el letrero) fue descubierto en Jerusalén bajo el gobierno otomán y enviado a Estambul. Originalmente, estos letreros eran blancos con las letras talladas pintadas en rojo para que se destacaran. El letrero advierte: “No se permite ningún gentil más allá de esta barrera en la plaza de la zona del templo. Cualquiera que entre será culpable de su muerte inminente”.
A los gentiles sólo se les permitía estar en el patio exterior del templo. Si un gentil traspasaba esos límites, se le acusaba de haber deshonrado el templo, ofensa que era castigada con la muerte. En el caso de Pablo, sus oponentes religiosos judíos pensaban que él había llevado a un gentil más allá de la barrera, mancillando así el templo, y estaban a punto de matarlo.
Más tarde, cuando Pablo se encontraba en Roma bajo arresto domiciliario a la espera de ser juzgado, probablemente reflexionaba sobre este hecho cuando le escribió a la iglesia en Éfeso y afirmó que Jesucristo derribó “la pared intermedia de separación” entre judíos y gentiles, para “reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:14-16).
La mayoría de los comentarios bíblicos coinciden en que “la pared intermedia de separación” se refiere a la barrera en el patio del templo que los gentiles no debían traspasar, la misma en que se apoyaban esos letreros de advertencia.
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